22.3.10

EL TRABAJO COMO FACTOR DE IDENTIDAD. Eugenio del Rio

¿Cuando hablamos de identidad colectiva nos estamos refiriendo a cosas tan diversas como: )Qué somos? )Quiénes no somos? )Contra quiénes luchamos? )Qué queremos? )Qué sentido tiene nuestra existencia? )Cómo entendemos la vida y el mundo? )Qué representamos en la sociedad?

La palabra trabajo, como se sabe, nos vale para designar dos realidades distintas: una actividad (extraer algo de la tierra, pescar, transformar un objeto, dispensar un servicio...) y el hecho de disponer de un empleo (decimos: Aconseguir un trabajo@).

Ambas cosas unas veces van juntas y otras separadas. Así, un fresador realiza un trabajo y tiene un trabajo (o empleo por el que percibe un salario); las amas de casa, por el contrario, llevan a cabo un trabajo pero a ese trabajo realizado no le corresponde la consideración social de un empleo y, por lo tanto, no perciben un salario.

Al observar los cambios en el trabajo estamos pensando en ambas cosas: mutaciones en las modalidades de empleo y transformaciones en los procesos de trabajo (tipo de máquinas y de procedimientos para realizar un trabajo). Y cuando hablamos del trabajo como elemento cultural también estamos pensando en los dos significados: qué actividad y qué formas sociales (o de empleo).

La identidad obrera centrada en el trabajo ha entrado en crisis; eso afecta a la clase obrera más instalada, y dificulta la incorporación de la juventud a ese universo.

Lo que está cambiando en ambos planos supone una modificación del papel y del valor del trabajo(1) tanto para la cultura obrera como para la sociedad en su conjunto.

En los tres últimos siglos se han registrado notables cambios en las ideas que hay sobre el trabajo. Antes del siglo XVIII, el trabajo era una variedad de actividades con nombres diversos. Esas actividades están destinadas en su mayor parte a satisfacer las necesidades.

En la concepción premoderna la riqueza no procede del trabajo sino de la naturaleza y de Dios; incluso para los fisiócratas, sólo la naturaleza es productiva.

El trabajo, por lo demás, bajo la concepción cristiana, es algo penoso, vinculado al pecado original.

En los tres últimos siglos se ha ido imponiendo una concepción nueva y unificada del trabajo. En los siglos XVII y XVIII se opera una transformación de la idea del trabajo, Aque ya no es sólo un deber que responde a exigencias religiosas, morales o incluso económicas@(2). En poco tiempo, el trabajo deja de ser algo despreciado y emerge como una potencia llena de valor. Para Locke es la fuente de la propiedad. En Rousseau da derecho a la propiedad de la tierra. Adam Smith lo considera como el factor principal de la riqueza. El trabajo, entendido como factor de riqueza, invade el pensamiento económico del siglo XVIII y llega a ser uno de los fundamentos principales de la sociedad.

El cambio en el concepto del trabajo se produjo en paralelo a una modificación del concepto del tiempo. El trabajo equivale a tiempo; luego el tiempo es oro. La vida humana se cronifica más estrictamente, y el tiempo se aprovecha más intensamente.

En el mundo moderno, el trabajo es también fuente de sentido, encuadrado dentro de los factores laicos de sentido: la familia, la nación, la propiedad...

El trabajo, como actividad y como empleo, ha sido un poderoso creador de una fuerza social: el movimiento obrero.

Esto, que tiene varias facetas, ha entrado en crisis.

En primer lugar, ha sido un factor identificador, agrupador, unificador, integrador de una fuerza social, productor de lazos sociales, foco de relaciones solidarias, organizador, cohesionador, dotador de sentido. Apropiación del trabajo como bandera de clase. En todo esto, ha perdido fuerza. Hoy actúa como unificador, pero, también y crecientemente, como elemento divisor.

En segundo lugar, se reduce la capacidad del trabajo para marcar distancias con el resto de la sociedad.

En tercer lugar, se debilita la fuerza del trabajo como factor ideológico. Fue un eficaz sustanciador de un tipo moral, el trabajador, y suministró una dignidad (glorificación del trabajo en el pensamiento socialista, mito del trabajo como medio de realización y de expansión de la personalidad(3), vinculación entre utopía socialista y trabajo: la nueva sociedad como triunfo del trabajo). Hoy queda algo de aquello, pero poco.

En todos estos puntos, el trabajo ha representado un factor creador de la clase obrera como clase, como fuerza social, como realidad ideológica. Y en todos ellos se registra una situación de crisis.

En el curso de las dos últimas décadas asistimos a la aceleración de un proceso de diferenciación interna dentro de la clase obrera. Digo aceleración, con lo que estoy suponiendo que ese proceso viene de más atrás.

En la edad de oro del llamado Estado de bienestar, progresó en los países occidentales un modelo urbano basado en la división de las áreas urbanas según las diferentes funciones: el espacio de vivienda, los dedicados al ocio, las zonas comerciales y los polígonos industriales. Con la paulatina implantación de este modelo, que desde luego tiene menor vigencia en las localidades pequeñas, se efectúa una disgregación de las dimensiones de la vida de la clase obrera, que antes se presentaban agrupadas en un mismo espacio, el de la ciudad o el barrio industrial, con las viviendas alrededor de las fábricas(4).

Pero, además de esta parcelación espacial, a partir de mediados de los setenta se activaron nuevos factores de diferenciación en el seno de la clase obrera, esta vez relacionados directamente con los procesos laborales. Me limito a enunciarlos pues son bien conocidos.



Los principales son: a) la reducción del componente industrial de la clase obrera, más concentrado, y el crecimiento del de servicios, más disperso; b) la diversificación de las situaciones laborales, con la introducción de nuevos y variados tipos de contrato, y la división entre quienes están en una posición más estable y quienes tienen empleos más frágiles(5); c) el aumento del número de personas en paro duradero; d) la expansión de la economía sumergida. Quienes viven de ella están especialmente desprotegidos legalmente. Y al igual que una buena parte de las franjas laboralmente más débiles, están al margen de la vida sindical.

No hace falta subrayar la importancia que todo esto tiene para la actividad práctica, sindical o de otro género. Pero aquí me ciño a su aspecto cultural. La clase obrera se ve sometida a nuevas tensiones diferenciadoras que acentúan su fragmentación, su disgregación. Aumenta el número de personas que se encuentran en una situación similar a lo que Durkheim llamó anomia, para referirse a quienes al llegar a la ciudad habían perdido la pertenencia al grupo rural en el que se insertaban y aún no habían encontrado un nuevo grupo en el que integrarse. Crecen así los obstáculos para la participación en formas asociativas o en prácticas de solidaridad.

Pero este problema se agrava debido a un movimiento simultáneo de atenuación de la diferenciación de la clase obrera respecto al resto de la sociedad. Es más heterogénea de puertas adentro y menos diferente en relación con lo que queda fuera; la cohesión interior desciende y los límites entre el dentro y el fuera son menos firmes.

)En qué puntos se nota más esta difuminación de las diferencias? Para verlo, echaremos la vista atrás por unos momentos.

En la segunda mitad de los años sesenta se inició una discusión, en el ámbito de la sociología y de la antropología social británicas, sobre las imágenes que tenía de la sociedad la clase obrera. Voy a leer un trozo de uno de los trabajos que entonces se publicaron, que me parece sugerente para abordar esta cuestión.

ALos compañeros de trabajo son normalmente compañeros en el tiempo libre, con frecuencia vecinos o parientes; la existencia de tales grupos estrechamente vinculados de amigos, compañeros de trabajo, vecinos y parientes, es el sello de la comunidad tradicional de la clase obrera. Los valores expresados a través de estas redes sociales fomentan la ayuda mutua en la vida cotidiana... (...) Como forma de vida social, esta sociabilidad posee una cualidad ritual, creando una elevada densidad moral y reforzando los lazos de pertenencia a una colectividad dominada por el trabajo@(6).

Esos trazos describen un panorama simplificado e idealizado pero dan cuenta de una realidad social que todavía en esos años estaba bastante diferenciada.

El panorama actual es bastante distinto.

Los trabajadores asalariados se distinguen menos que antes en cuanto a sus formas de vida. Al terminar su jornada laboral, desconectan del lugar de trabajo y con frecuencia se alejan de él. Disponen de automóvil para ir a su vivienda o a los hipermercados. Su estilo de consumo es parecido al de otras clases; su manera de vestir y de comer no son muy distintas a las de otros sectores sociales. Asimismo gastan unas horas de su tiempo de ocio cotidiano viendo la televisión. En todos estos aspectos se va diluyendo la especificidad obrera.

El mundo que nos describe el fragmento que he leído es fundamentalmente masculino: la mano de obra asalariada femenina quedaba relegada a ciertos sectores como el textil. Hoy, las mujeres siguen percibiendo unos salarios inferiores por el mismo trabajo, pero ha aumentado su presencia en la denominada población activa, especialmente entre el sector de empleo precario de jóvenes en servicios, uno de los campos de mayor contratación.

Han pasado a la historia los tiempos en los que era excepcional la presencia en la universidad de hijos de familias obreras. La extensión del acceso a la educación pública en las dos últimas décadas ha contribuido seriamente a reducir las diferencias culturales entre las clases.

Hay que mencionar también el arraigo de ideas y valores que no tienen un carácter horizontal o de clase sino que atraviesan la sociedad verticalmente, siendo compartidos por distintas clases. En este capítulo figuran las ideas nacionalistas y las democráticas convencionales, las concepciones feministas, que han abierto brecha en la opinión pública, los puntos de vista y las aspiraciones ecologistas. O sea, las fronteras ideológicas son pocas y los puentes ideológicos entre las clases anchos.

Una ilustración de esto la hallamos en el hecho de que muchos productos culturales, en el cine y en la música, especialmente, no se mueven tanto en un mercado definido por las divisiones sociales de clase sino por las generacionales. Hay mercancías diferentes -películas, discos y programas de televisión- para distintas franjas de edad, y no para trabajadores y burgueses o para ricos y pobres.

Uno de los aspectos más graves de la actual crisis de identidad viene dado por los obstáculos para verse como muy diferentes o simplemente diferentes. Además de la creciente heterogeneidad interna y de la difuminación de las fronteras, a las que me he referido, está el hecho de que cobran mayor fuerza relativa algunas identidades transversales, que atraviesan verticalmente a las identidades horizontales o de clase; eso sucede con las identidades nacionales, locales, de género, ecologistas, etc. La distinción obreros-burgueses pierde importancia en beneficio de otras distinciones.

La imagen de la clase obrera que tuvo más relieve en la historia de la izquierda era bastante embellecedora. Nos mostraba a una clase que representa al conjunto de la sociedad, que encarna un nuevo régimen económico y social, que desempeña un papel unificador... Esa visión se ha ido cuarteando.

Además, han dejado de servir algunos factores de identificación sencillos, que fueron muy eficaces en otros tiempos. Durante decenios, la clase obrera se vio a sí misma como los de abajo, el piso inferior y más maltratado de la sociedad. Hoy, quienes tienen conciencia de pertenecer a la clase obrera ven por debajo a otros sectores en los que la conciencia obrera existe poco o nada, que se encuentran en una posición de mayor debilidad económica. El trabajo manual, realizado con un esfuerzo físico notable, actuó durante largo tiempo como un elemento delimitador. Las transformaciones tecnológicas están modificando radicalmente esta situación: el trabajo más manual, el más duro físicamente, no desaparece, pero se hace más minoritario, o recae sobre sectores más marginales, o, simplemente, se traslada a los países menos desarrollados que experimentan un proceso de industrialización.

Los problemas de la identidad obrera alimentan un proceso más amplio de debilitamiento de buena parte de las anteriores grandes identidades: izquierda y derecha, iglesias, muchas de las identidades nacionales... y simultáneamente ascienden otras identidades más ligeras, menos potentes, al igual que las identidades de pequeña escala, como son las denominadas tribus urbanas, los grupos basados en la amistad, las asociaciones locales o la familia.

En todos estos planos, se puede constatar la crisis de la identidad forjada a partir del trabajo.




Notas:

(1) Sobre el valor del trabajo: André Gorz, Metamorfosis del trabajo, 1991, Madrid: Sistema, 1995; Jean-Marie Vincent, Critique du travail, París: Presses Universitaires de France, 1987; José Manuel Naredo, La economía en evolución, Madrid, Siglo XXI, 1987; Dominique Méda, Le travail. Une valeur en voie de disparition, París: Aubier, 1995; de la misma autora: "La fin de la valeur travail", Esprit, n1 8-9, août-sept., 1995. Victoria Camps dedica el capítulo 9 de su libro Paradojas del individualismo (Barcelona: Crítica, 1993) al sentido del trabajo (pp. 138-157).

(2) Robert Castel, Les metamorphoses de la question sociale. Une chronique du salariat, París: Fayard, 1995, p. 160.

(3) Este mito no ha solido excluir una toma de conciencia sobre los males que acarrea el trabajo, toma de conciencia que, debido a la ambivalencia del fenómeno, ha encontrado tradicionalmente grandes dificultades para expresarse. Josiane Boutet ha estudiado estas dificultades para verbalizar las opiniones obreras sobre el trabajo: *Los Aes difícil de decir@, Ahabría que venir a verlo@ , Ano puedo explicárselo@, Aes complicado@ vuelven una y otra vez como un leit-motiv en las expresiones de las personas a las que se propone hablar del trabajo+ (ALe travail et son dire@, en el libro dirigido por la propia J. Boutet, Paroles au travail, París: L=Harmattan, 1995, p. 260). Seguramente, esa dificultad guarda relación con las limitaciones educativas, pero también con el contraste entre el valor asignado al trabajo y su reconocimiento social, de un lado, y su lado perverso, de otro, esto es, las penalidades de todo orden que acompañan al trabajo, los males físicos y síquicos que causa. Merecería la pena detenerse en este último aspecto, pero no es este el momento. No me resisto a mencionar el apasionante trabajo sobre los perjudiciales efectos de la intensificación del trabajo resultante de la introducción de las nuevas tecnologías realizado por Michel Gollac y Serge Volkoff, ACitius, altius, fortius@, Actes de la Recherche en Sciences Sociales, n1 114, sept. De 1996, pp. 54-67.

(4) El poblado minero, con sus barracones construidos por el propietario de las minas es el caso extremo de esa unidad espacial. La unidad espacial laboral-residencial es magistralmente descrita en el capítulo 3 del fascinante libro de J. L. y Barbara Hammond, El trabajador de la ciudad, 1925, Madrid: Ministerio de Trabajo y de Seguridad Social, 1987, pp. 33 y ss. F. Engels en La situación de la clase obrera en Inglaterra ofrece una imagen muy precisa de esa convergencia de dimensiones en los barrios obreros de la primera mitad del siglo XIX (Obras de Marx y Engels, OME, vol. 6, Barcelona: Crítica, 1978).

(5) Es interesante el estudio antes citado de Robert Castel sobre la trayectoria del empleo: el paso del régimen tutelar al contrato; del contrato salvaje al contrato protegido; y de éste al actual contrato fragilizado.

(6) El texto corresponde al escrito de David Lockwood, ASources of variation in working class images of society@, Sociological Review, 14 (3), 1966, p. 251 (reproducido y comentado por R. E. Pahl, en Divisiones del trabajo, 1984, Madrid: Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1991, pp. 16 y ss.)

5.2.10

Una vez más, las pensiones, Vicenç Navarro

04 Feb 2010
Una vez más estamos viendo una avalancha liberal alarmando a la población diciéndole que el sistema de pensiones no es sostenible y tiene que sufrir cambios profundos que significan, todos ellos, una disminución de las pensiones. Entre estos cambios se incluye el retraso obligatorio de la edad de jubilación de 65 a 67 años. La mayor justificación para esta medida es que la esperanza de vida de la población española ha crecido cuatro años en el periodo 1980-2005, pasando de 76 a 80 años. Por lo tanto, los pensionistas están gozando de sus pensiones cuatro años más ahora que hace 25 años, lo cual –se nos dice– hará insostenible el sistema de pensiones al aumentar el periodo de beneficio cuatro años más cada 25.

El problema con este argumento es que es erróneo, pues ignora cómo se calcula la esperanza de vida. Supongamos que España tuviera sólo dos habitantes: Pepito, que muere al nacer, y la señora García, que tiene 80 años. La esperanza de vida promedio de España lsería (0+80)/2=40 años. Supongamos que en un país vecino hubiera también dos ciudadanos: Juanito, que tiene 20 años, y la señora Pérez, que tiene 80 años. La esperanza de vida promedio de este segundo país es (20+80)/2=50 años. El hecho de que este país tenga diez años más como promedio en su esperanza de vida que España no quiere decir (como constantemente se dice) que la señora Pérez viva diez años más que la señora García. Lo que ocurre es que Juanito vive 20 años más que Pepito. Y esto es lo que ha ocurrido en España (y en Europa). El enorme descenso de la mortalidad infantil y la mortalidad de los grupos etarios más jóvenes ha sido la mayor causa del aumento de la esperanza de vida promedio. Ni que decir tiene que la población anciana vive ahora más que hace 20 años. Pero no los famosos cuatro años que constantemente se citan. Se está exagerando (deliberadamente, en muchas ocasiones) el aumento de la longevidad (años de vida) de la ciudadanía para justificar la reducción de las pensiones.

Por otra parte, este aumento de años de vida varía considerablemente según la clase social de la persona. España es uno de los países con mayores desigualdades sociales en el mundo desarrollado. En nuestro país hay un gradiente muy marcado de mortalidad según la clase social. Exigirle, por lo tanto, a la mujer de la limpieza de la universidad (cuyo nivel de salud a los 65 años es igual al que tiene el catedrático emérito a los 75 años) que trabaje dos años más para pagar la pensión a este último es una profunda injusticia. Pero esto es, precisamente, lo que están proponiendo los que piden que se aplace obligatoriamente la edad de jubilación. Proponen que las clases menos pudientes (que vivirán menos años) trabajen más para pagar las pensiones de las clases más pudientes, que les sobrevivirán muchos más años.

Otro argumento que se utiliza para argumentar la insostenibilidad de las pensiones es que la juventud se incorpora más tarde al mercado de trabajo (antes a los 18 años, ahora a los 24) y las personas de edad avanzada se jubilan antes, con lo cual hay menos trabajadores con cuyas cotizaciones se pueda sostener a los pensionistas. Tal argumento ignora tres hechos. Uno es que la prejubiliación es algo corregible. En España las prejubilaciones se están utilizando para ayudar a los empresarios que quieren despedir a sus trabajadores de mayor edad. Esta situación debería prohibirse, como ya ocurre en varios países europeos. Si un empresario quiere disminuir su fuerza de trabajo y jubilar a sus trabajadores, debería ser la empresa la que absorbiera estos costes en su totalidad.

Otro hecho que aquel argumento ignora es que el retraso de entrada en el mercado de trabajo por parte de los jóvenes se debe a que la mayoría están educándose, adquiriendo mayor conocimiento, con lo cual, una vez se integren en el mercado de trabajo, tendrán mayor productividad, conseguirán mayores salarios y aportarán, por lo tanto, mayores cotizaciones sociales.

Lo cual me lleva al tercer hecho que aquel argumento ignora: el impacto del crecimiento de la productividad en la riqueza del país y, por lo tanto, en los recursos disponibles para pensionistas y no pensionistas. Constantemente se dice que el número de trabajadores cotizantes por pensionista será menor, derivándose de este hecho que las pensiones no se podrán pagar. Ahora bien, decir que habrá pocos trabajadores para sostener las pensiones es similar al argumento que pudiera haberse dicho hace 30 años cuando el 30% de la población trabajadora sostenía la agricultura del país. El descenso del número de trabajadores en agricultura (hoy es sólo el 4%) no quiere decir que haya disminuido la producción de alimentos, al contrario, ha aumentado la productividad enormemente. Con menos trabajadores se produce más alimento. Pues bien, sustituyan la palabra agricultura y pongan pensiones. El aumento inevitable de la productividad de un número menor de trabajadores puede sostener e incluso expandir las pensiones sin ningún problema. La ignorancia de este hecho lleva constantemente a errores mayores, como ocurre en el informe del Gobierno sobre las pensiones. Este comienza con una nota que intenta ser de alarma. Dice que hay 8 millones de pensionistas en 2010 y habrá 15 en 2040, de lo cual deduce (sin indicar por qué) que tenemos un problema grave. Pero ignora que en 2040 el PIB de España habrá crecido y será, como mínimo, más de siete veces el existente hoy. Se olvida con excesiva frecuencia que España consumía hace 40 años el 4% del PIB en pensiones y ahora más del doble, el 8,6%, y ello no ha supuesto que los no pensionistas tengan menos recursos. Todo lo contrario, tienen más, pues el tamaño de la tarta (el PIB) es 17 veces mayor.

Una última observación. La viabilidad de las pensiones no es un tema demográfico ni tampoco económico. Es única y exclusivamente político. La enorme popularidad (entre todos los grupos etarios) del sistema de pensiones público hace que la sociedad siempre pueda encontrar cómo conseguir los recursos, bien a través de las cotizaciones sociales, bien a través de los impuestos generales, para financiarlas.

Vicenç Navarro es catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra y profesor de Public Policy en The Johns Hopkins University