30.1.09

España entra en su recesión más grave

La economía retrocedió en los últimos tres meses de 2008 un 1,1%, la mayor caída intertrimestral desde 1960 - El frenazo del consumo es la primera causa

ARIADNA TRILLAS
El Pais, 29-01-2009

- Los españoles cada vez consumen menos. Y el frenazo en sus decisiones de gasto ha sido el factor que más ha contribuido a que España haya entrado en recesión, lo que significa que la economía española ya no sólo no avanza, sino que recula. Este desandar, sellado ayer oficialmente por el Banco de España, no pilló a nadie por sorpresa, pero sí fue llamativa la virulencia con la que cayó el producto interior bruto (PIB) español en la recta final de 2008.

El PIB retrocedió un 0,8% en el cuarto trimestre, comparado con el panorama de un año antes. Sin embargo, si la referencia es el trimestre inmediatamente anterior, el desplome fue total, del 1,1%. La economía española no había dado un salto de longitud hacia atrás intertrimestral tan profundo desde el segundo trimestre de 1960 (caída del 1,9%).

Ya en el tercer trimestre de 2008, el PIB había caído un 0,2%. Y seis meses seguidos de decrecimiento suman el término recesión. La cuestión es cuánto se prolongará este estado. José Luis Rodríguez Zapatero prevé las primeras "señales de recuperación" para finales de 2009, pero no es una opinión que comparta todo el mundo. "Los gobiernos puede que tengan incluso la obligación de calmar los ánimos durante las crisis de confianza, pero no veo ningún dato que permita pensar en un crecimiento positivo a finales de año", comenta Jordi Galí, Doctor en Economía por el Massachussets Institute of Technology (MIT) y catedrático de la Pompeu Fabra. Para Galí, la clave sobre cuánto durará la recesión es "hasta qué punto se pone orden en el sector financiero y se crean condiciones para restablecer los flujos de crédito".

El "ajuste muy severo" sentenciado por el Banco de España -que enmendó por una décima, del 1,2% al 1,1%, el crecimiento estimado por el Gobierno en 2008- no se parece a la anterior recesión de 1993. Y su origen condiciona su duración y gravedad.

El quasi colapso del sistema financiero y la zozobra persistente marcan la actual. "Pero la crisis financiera ha enmascarado el efecto burbuja inmobiliaria, porque las burbujas se tienen que financiar", reflexiona el también doctor por el MIT y profesor del IESE Alfredo Pastor. "El reventón de la burbuja no sólo ha derivado en una crisis de liquidez, sino que ha dejado paso a una crisis de incertidumbre. Eso hace esta recesión más grave", añade.

El debilitamiento de la actividad se está cobrando como caza mayor el empleo, que en el cuarto trimestre cayó un 3% y que, según la entidad que dirige Miguel Ángel Fernández Ordóñez, se ha convertido en "uno de los principales canales de propagación del ajuste hacia el resto de la economía". España tiene 1,28 millones de parados más que en 2007, y suman 3,2 millones. Y la escalada del desempleo trunca, junto a las dificultades para acceder al crédito, el "alivio" que el Banco de España reconoce que pueden sentir las familias por la bajada de precios (la inflación de diciembre, del 1,4%, es la más baja desde 1998), los cuatro recortes de tipos acometidos desde octubre por el Eurobanco (BCE) hasta el 2%, la bajada de las hipotecas (el Euríbor a un año acabará enero en 2,6%) o la bajada del crudo (el brent cotiza a 44 dólares frente a los 146 de julio).

Pese a los llamamientos de Zapatero, el consumo de los hogares en el último trimestre de 2008 registró "crecimiento nulo o negativo". Y globalmente, la demanda interna se desinfló un 2,4%. A la hora de gastar, sólo tira el gasto de las Administraciones Públicas, a un ritmo estable de más del 5%.

En el último trimestre, la inversión residencial se hundió un 20% en términos interanuales. "Colocar en el mercado millón y medio de viviendas requerirá al menos tres años", apunta Joan Casas, decano del Colegio de Economistas de Cataluña, quien ya se daría con un canto en los dientes "si el panorama mejorara en 2010, porque para que la economía se recupere hacen falta expectativas, que no están ahí, y medidas que refuerzan la competitividad, que llevan su tiempo en dar frutos".

La actual recesión es la primera que vive España sin competencias sobre la devaluación de su moneda. "En los 90, la recuperación llegó del sector exterior", recuerda Galí. "No poder devaluar alargará la crisis, pero si tuviéramos que devaluar sería algo catastrófico", añade Pastor. El Banco de España ve "difícil" que el sector exterior (que cerró 2008 con su primera aportación positiva en 11 años) compense el descalabro de la demanda interna. A diferencia del 93, esta recesión asomó en una España de finanzas saneadas, pero se confirma en un país con un déficit del 3,4% y con previsiones de escalar al 5,8% este año. El supervisor lo justificó por los planes de reactivación del Gobierno, pero puntualizó que la ortodoxia presupuestaria sigue siendo ley y exigió reformas estructurales.

Los datos fueron munición para que el PP de Mariano Rajoy, subrayara "la inutilidad" del Gobierno ante la crisis. El PSOE replicó evocando "la inutilidad" de Rajoy para dominar las dos almas del PP.

ARIADNA TRILLAS
El Pais

8.1.09

De nuevo sobre el Modelo Sindical: El sindicalismo "confederal".


Francisco Gualda.
Enero 2009

En las organizaciones dinámicas, de vez en vez de vuelve a plantear su papel, y si bien es cierto que el inmovilismo se percibe como una rémora que es preciso atajar, la reorganización permanente del modelo tiene el riesgo de sustituir lo que funciona por lo imprevisible. De todas formas el debate es saludable, ofrece ideas, o por lo menos sirve para consolidar las que se vienen aplicando, siempre que se haga desde la lealtad y el compromiso con la propia organización, y sobre todo, con los intereses de los trabajadores que se representan.

Plantear y replantear el papel del sindicalismo confederal es necesario no sólo para disponer de la mejor herramienta posible al servicio de los intereses de los trabajadores, sino por la necesidad igualmente imperiosa de ajustarse a los cambios que se vienen produciendo en lo que se ha dado en llamar el sistema de relaciones laborales, y que en el ámbito en el que opera el sindicato confederal, traza su más amplio circulo de actuación hasta comprender el conjunto de relaciones económicas, políticas y sociales.

Precisamente plantear el papel del sindicalismo confederal debería tener, como primer punto de inicio, delimitar cual ha de ser su función y cometidos, lo que no puede hacerse aisladamente, sino a partir de las cuestiones que se plantean a la hora de definir el correspondiente modelo de organización sindical.


1- El modelo organizativo.

Se podrían teorizar diversas opciones organizativas de los sindicatos, pero básicamente el modelo dual más simplificado sería el del sindicalismo de corte “sectorial”, entendiendo por tal el que se organiza alrededor de los intereses profesionales de los trabajadores de un determinado sector de actividad, y el sindicalismo “socio-político”, que acoge como objetivos estratégicos la intervención en las decisiones de naturaleza económica y política. Aquí los términos sindicalismo confederal o socio-politico los utilizamos como sinónimos, aunque es inexacto pues el modelo confederal o asociado representa una formula de integración de organizaciones sindicales de segundo grado, como luego veremos. Realmente el sindicato sectorial o el socio-político son diversas formulas organizativas sobre las que existe un cierto margen de capacidad autorganizativa, aunque tampoco conviene exagerar esa autodeterminación de las organizaciones, que son resultado, de forma esencial, de su devenir histórico en función de todo un complejo de decisiones combinadas con el entorno laboral, social, político y económico en el que despliegan su actividad.

Puestos a elegir, aunque pareciera que el modelo socio-político es el que más partidarios podría tener, dado que maximiza el ámbito del poder sindical, sin embargo no está exento de dificultades y limitaciones. Tiene una capacidad de implantación muy limitada cuando no opera en un contexto político proclive a su expansión, necesita de elementos ideológicos que sirvan de elemento común para unir a colectivos de trabajadores de orígenes profesionales muy diversos y que sea el cemento de unión para preservar a la organización en las tensiones que la acción confederal y la sectorial pueden generar en su interacción respectiva. Y siempre tendrá difícil competir con las organizaciones sindicales de base sectorial, incluso corporativa, que priorizan a corto y medio plazo, de forma absoluta, los intereses profesionales del colectivo que los apoya.

Diferente del sindicato como tal son las estructuras confederadas, o simplemente asociadas, en las que cada una de ellas preserva su capacidad de acción sindical independiente y su completa autonomía organizativa, no obstante lo cual, son capaces de diseñar determinadas estrategias comunes ante determinados problemas también comunes, pero que en sentido estricto, ni sociológico ni jurídico, funcionan como una propia organización sindical. Su legitimidad, entendida como capacidad para representar los intereses de los trabajadores es siempre indirecta, no están sometidas a la afiliación ni a la votación por los trabajadores que, no obstante representan, tienen una capacidad de formulación de propuestas muy limitada sobre aspectos concretos y con una capacidad de concreción tampoco muy precisa, además de estar sometidas a procesos notablemente complejos en la toma de decisiones. Esto hace que su capacidad de acción socio-política sea indirecta, y más que resultado de una fuerza sindical en sentido estricto, depende no sólo de la capacidad de actuación de cada organización que la integran, sino también del grado de compromiso que cada una de esas organizaciones tenga con el proyecto conjunto, que difícilmente puede alcanzar un nivel equivalente a lo que son sus objetivos propios y específicos. Desde este punto de vista, los modelos confederados o asociados representan un estadio avanzado del modelo sectorial, pero sin conformar una realidad sindical socio-política en sentido estricto. No obstante, el modelo de integración sindical internacional responde precisamente al sistema confederado o asociado, lo que no impide que abarque desde organizaciones socio-políticas en sentido estricto –seguramente las menos- a organizaciones típicamente sectoriales. Pero este modelo confederal es precisamente la regla general en la realidad sindical de cada país, donde son muy escasos los supuestos en los que los sindicatos en cuanto tales tienen una capacidad de intervención en los ámbitos sociales, económicos y políticos con arreglo a criterios unitarios.

Si hubiera que elegir un modelo, como pasa en tantas ocasiones, sería el dual, es decir, la organización sindical se ajusta a las necesidades que impone la defensa de los intereses sectoriales, pero dispone de mecanismos y recurso suficientes para convertirse en interlocutor socio-político que interviene, o tiene la disposición para ello, en el conjunto de materias que diseñan la política social y económica que repercute en el conjunto de la clase trabajadora. Este modelo tiene en su germen, como elemento innato, la tensión entre las estrategias sectoriales y socio-políticas, pues presupone una estructura compleja que es preciso organizar de forma eficaz para evitar las disfunciones que operan como líneas de tensión permanente. No sólo las base organizativa, sino la cultura sindical es la que opera como elemento de unión y que es capaz de orientar al conjunto de la organización, o las organizaciones, hacía objetivos comunes. Desde esta perspectiva, el sindicalismo confederal bien administrado es una poderosa línea de apoyo para el sindicalismo sectorial o federativo, y del mismo modo, la acción sindical de base sectorial es capaz de conformar la actuación del sindicato socio-político, dándole conocimiento cabal de la realidad en la que opera, preservando su esencia reivindicativa, y asegurando siempre la utilidad del sindicato para los trabajadores.


No creo que sea una disyuntiva real elegir entre el modelo sectorial y el socio-político. Más bien la realidad de los hechos es la que impone, pues la creación de una estructura sindical socio-política no está sujeta a la decisión o a la voluntad de nadie, y más que una voluntad de la organización de asumir tales funciones, se presenta como un estadio máximo de desarrollo de un modelo sindical, una vez alcanzado un elevado grado de implantación intersectorial, y una vez resueltas las tendencias a la dispersión que padecen las organizaciones. Realmente más que una voluntad organizativa, el sindicato socio-político es un resultado histórico muy concreto, casi irrepetible.

2- Los fines del sindicalismo confederal:

Lo que sirve para caracterizar la función sindical no es sólo el colectivo al que atiende o las estrategias que desarrolla, sino precisamente su función “defensiva” de unos concretos intereses, lo que no es sólo un elemento que atañe al sujeto sindical, sino que es un valor asumido por el modelo socio-político hasta el punto de que, al margen de la propia organización sindical, tales intereses no son asumidos como propios por ninguna otra estructura representativa, ni política ni social, sino a lo sumo de forma indirecta y coyuntural. El sindicato tiene un papel y todos esperan que lo represente. Es por ello que uno de los riesgos del sindicato confederal, derivado de la amplitud de sus objetivos, es precisamente perder la perspectiva de su función, hasta identificarse con la defensa del conjunto de los intereses sociales y económicos, lo que no seria criticable si no fuera porque ello supone, necesariamente, dejar de priorizar la defensa de los intereses específicos y concretos de la clase trabajadora. Esto haría que la acción socio-política resultante esté descompensada en detrimento precisamente de los trabajadores. Mientras que las organizaciones de base capitalista tiene plenamente identificado su objetivo único y fundamento de su existencia, como es la máximización del beneficio, mientras que las organizaciones políticas tiene asumido su código genético escrito con tres palabras, como es conquistar el poder, el sindicalismo es el resultado histórico de la lucha de la clase trabajadora que perfectamente se define cuando opera en contraposición con el interés del capital, pero que pierde líneas de identificación cuando opera en relación con otras estructuras socio-políticas, lo que es justamente el campo de juego del sindicalismo confederal.

Aun así, los intereses que asume el sindicalismo confederal o socio-político no se identifican con los “intereses generales”, concepto más abstracto que concreto que desempeña una serie de funciones, sobre todo a efectos de legitimar la acción pública, pero que es difuso y hasta inexistente podemos decir cuando se trata de atribuirle los caracteres de una categoría conceptual. En este punto la base ideológica del sindicalismo parece que lo ha tenido fácil: su función es la defensa de los intereses de la “clase trabajadora”, y por mucho que se pueda discutir sobre sus caracteres, los sujetos que la conforman, los elementos en común que tienen, los sujetos que la representan, lo cierto y fijo es que es una realidad social perfectamente identificable, al menos en su núcleo esencial aunque alguna de sus fronteras puede ser difusa, y que presenta una serie de objetivos e intereses comunes, igualmente identificables en la propia realidad social. Quiere esto decir que la defensa de los trabajadores, es, en esencia, el objetivo social del sindicato. Parecen pocas palabras, e incluso una escasa aportación a la tarea de delimitar la función del sindicalismo confederal, pero en realidad es una máxima con la que se debe enjuiciar toda decisión organizativa, toda estrategia negociadora o de confrontación, todo posicionamiento socio-político. Como decíamos, existen otras causas igualmente legítimas y en modo alguno están contrapuestas a la defensa de los trabajadores. El objetivo del sindicalismo confederal es precisamente buscar y encontrar la fórmula de equilibrio entre los intereses de los trabajadores más directos, y otros intereses que en ocasiones van en la misma dirección, y en otras justo en la contraria, aunque la más de las veces en ligera convergencia o divergencia, según el momento temporal sobre el que se efectúe la ponderación de tales intereses.

3- El modelo español de sindicalismo confederal.

Justamente una de las mayores características del sindicalismo español es su componente socio-política, es decir, la existencia de un sindicalismo confederal, resultado no de la espontánea actuación de las organizaciones sindicales que convergen en líneas de actuación comunes, que nunca alcanzará la asunción de poderes reales en la determinación de la organización, y nunca será percibida como el verdadero interlocutor de la clase trabajadora más allá de la miscelánea de las organizaciones que la componen, sino de unas muy concretas circunstancias en las que se produce la implantación sindical tras la Dictadura franquista, y el enorme esfuerzo organizativo desarrollado por un conjunto de militantes en las formaciones políticas de izquierdas – Partido Comunista, Partido Socialista- que asumen la cultura sindical tal y como se había conformado en la República, directamente heredera de los albores del sindicalismo.

En efecto, el sindicalismo confederal que tenemos en España es probable que sea un resto de la historia, un dinosaurio que ha sobrevivido a los tiempos, hibernado durante casi cuarenta años hasta llegar a una época en la que, no nos engañemos, es un candidato a la extinción si no valoramos en toda su dimensión la excepcional pieza en que consiste al servicio de los intereses de los trabajadores. Una mirada alrededor permite comprender lo irrepetible del modelo español, capaz de crear organizaciones sindicales, que se configuran como verdaderos interlocutores políticos en materias más allá del interés profesional, con verdadera influencia social, y cuyo potencial pleno seguramente falte mucho por aprovechar, pero que hoy por hoy es la principal herramienta de que dispone la clase trabajadora en hacer valer sus intereses y sus aspiraciones para conformar la realidad laboral, económica y social.

Estas ideas que hemos venido manejando ni son muy nuevas, ni muy tampoco muy precisas, pero no hemos podido hacer con menos palabras una primera aproximación al papel del sindicalismo confederal, que era de lo que se trataba.

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Francisco Gualda es Abogado Laboralista, y ya desarrollado su actividad profesional en el ámbito del Sindicato CC.OO.

7.1.09

El sindicalismo en el siglo XXI

Ponencia que presenta José Luis López Bulla a las jornadas "El Derecho al Trabajo en el siglo XXI"


El sindicalismo, al menos en las primeras décadas del siglo XXI, debe ajustar las cuentas con el paradigma tecnológico realmente existente. Lo que quiere decir que debe intervenir en todo el polinomio de la organización del trabajo. 07-01-2009 -

En una de las epístolas de Séneca podemos leer: Desgraciado es el espíritu inquieto por el futuro. Y, sin embargo, los organizadores de este importante encuentro nos piden que hablemos del sindicalismo de todo el siglo XXI, sabiendo que una parte de esta centuria es también “el futuro”. Por mi parte, de manera precavida, me limitaré a dar mi opinión sobre el sindicalismo de nuestros días por dos razones: primero, porque están cayendo chuzos de punta y, en buena medida, según cómo interprete Noé el parte meteorológico podrá llevar el arca a puerto; segundo, porque el sindicalismo es, por encima de todo, un hecho cotidiano. Más todavía, depende de qué manera intervenga el sujeto social en esta cotidianeidad de la tremenda crisis que estamos sufriendo, el sindicalismo a lo largo y ancho “del siglo XXI” será de una u otra manera. Como dije en unas jornadas que celebraron mis compañeros asturianos a mediados de noviembre me parece más que evidente que la actual recesión es algo más que una crisis sectorial del sistema económico capitalista y, menos todavía, la expresión de una crisis de confianza en el sistema financiero y que, para salir de ella, es conveniente un momentáneo recurso a la intervención del Estado. A mi juicio es la crisis del mecanismo de acumulación capitalista que se ha ido afirmando en los últimos treinta años. Por ello no debe entenderse que es el fin del capitalismo, entre otras cosas porque no sabemos qué lo substituirá ni por quién será substituido. Ahora bien, incluso sin la presencia de este temporal el sindicalismo tendría ante sí toda una serie de desafíos, probablemente tan gigantescos como los acontecimientos que provocaron los primeros andares de los movimientos sindicales europeos a primeros del siglo XIX. El sindicalismo confederal se encuentra ante un desafío de grandes proporciones, a saber, cómo resolver las enormes asimetrías en las que está envuelto en esta época que, siguiendo metafóricamente a Karl Jaspers, no dudo en calificar de `civilización axial´. A mi juicio son las siguientes asimetrías:- el nuevo paradigma es posfordista, el sujeto social sigue en las claves del fordismo;- el mundo es global e interdependiente, el sujeto social cuenta tan sólo con poderes locales;- la forma-sindicato sigue anclada, tanto en su capacidad de representación como en su arquitectura interna, en el mismo diseño de la fase que ya ha sido superada;- los nuevos tiempos requieren que el sindicalismo confederal sea un sujeto extrovertido hacia el mundo de la ciencia, la técnica y las humanidades, en cambio todo parece indicar que el sujeto social todavía no ha establecido los suficientes vasos comunicantes con ese universo de la intelligentzia, muy en especial con un pariente de segundo grado: el iuslaboralismo. Mientras se sigan dando tales asimetrías, la distancia entre el sindicalismo confederal y la utilidad de su acción colectiva, a la altura de estos nuestros tiempos, corre el peligro de ampliarse a lo largo del siglo XXI. En pocas palabras, en esta civilización axial no se puede mantener una personalidad tradicional. Primera consideración: como he insinuado al principio, más que reflexionar sobre un periodo de tan largo recorrido –el itinerario de todo un siglo, el XXI— intentaré aproximarme a qué elementos de fuerte corrección entiendo debería presidir tanto la acción colectiva del sindicalismo confederal como su forma de representación y estructura. Lo hago, ciertamente, desde la comodidad de ver los toros desde el tendido de sombra, lo que no siempre es una garantía.

1. El nuevo paradigma Entiendo que hemos dejado atrás el fordismo tanto en su personalidad en el centro de trabajo como en la influencia social y de vida. La situación actual es radicalmente nueva. Algunos la calificamos –por pura comodidad expositiva—posfordista; otros la denominan la sociedad informacional (Manuel Castells); y, comoquiera que todo el mundo tiene un cierto deseo de ser puntilloso a la hora de las definiciones, hay quien la llama de `capitalismo molecular´ (Riccardo Terzi). Sea como fuere, el caso es que, definitivamente, el fordismo ha pasado a ser, en sus rasgos fundamentales, pura herrumbre. Ahora bien, tengo para mí que lo más visible es la potente innovación-reestructuración de los aparatos de producción y de servicios que, de manera acelerada y profunda, está laminando el mundo tal como lo hemos vivido a lo largo del siglo XX. Todo ello tiene sus vastas repercusiones en el universo del trabajo, en la condición asalariada y en cómo los trabajadores se perciben a sí mismos. Más todavía, todo lo anterior cuestiona el carácter de los instrumentos institucionales (y el uso de los mismos) que sigue manteniendo el sindicalismo confederal.Digamos que el sindicalismo es hijo putativo de una forma de capitalismo, que hoy ya no existe. Digamos que el sindicalismo se desarrolló esencialmente en el Estado nacional, que hoy ya no cuenta con los poderes de antaño. Digamos que el sindicalismo creció y se generalizó con el dedo índice apuntando al crecimiento ilimitado, que hoy se ve interferido por las amenazas medioambientales. Digamos, además, que las grandes conquistas de civilización que consiguió el sindicalismo –junto a toda una serie de actores políticos, familiares o no-- se dieron en el marco del Estado nacional como, por ejemplo, las protecciones públicas del welfare state, que hoy se ven interferidas por la innovación-reestructuración y el desvanecimiento de los grandes poderes de los estados nacionales. Digamos, pues, que en definitiva éstas son las perplejidades del sindicalismo confederal, pero también las de algunos sindicalistas eméritos que no acabamos de ver en la acción colectiva práctica de nuestra cofradía un adecuado hiato entre lo que son los tiempos actuales y cómo interviene el sindicalismo confederal. Todo lo máximo que vemos es unas positivas declaraciones de intenciones en los textos de los sindicalismos periféricos, pero que no acaban de hacerse carne.No se trata de consideraciones abstractas. Léase atentamente la radiografía que algunos han hecho sobre los contenidos reales de la negociación colectiva[1]. A decir verdad, y sean salvadas algunas muy honrosas excepciones, todo ese elenco contractual sigue siendo heredero directo de la negociación colectiva de mis tiempos, que ya estaba bastante anticuada: mala herencia dejamos nosotros, desde luego, las gentes de mi generación. Porque lo cierto es que, en mi época, la plataforma reivindicativa y el acuerdo final del convenio se habían alejado substancialmente del proceso de innovación en el centro de trabajo. O, lo que es lo mismo: los contenidos reales de la negociación poco tenían que ver con el nuevo paradigma que teníamos delante de nuestros ojos. Les dejamos a las nuevas generaciones un legado poco positivo que, en todo caso, ellos han guardado y mantenido con un celo envidiable. En realidad la impresión que tengo es que parecen subsistir, quizá de manera inconsciente, una vieja idea y una antigua resignación. La vieja idea: los cambios que están en curso son algo así como una conspiración contra los trabajadores y los sindicatos. La antigua resignación: la organización del trabajo es cosa de los poderes unilaterales del empresario; en esa tesitura, el sindicalismo contesta el abuso de la organización del trabajo que le viene dada, pero no el uso de la misma: tres cuartos de lo mismo que hacíamos en mis tiempos cuando contestábamos el abuso del fordismo-taylorismo, pero no su uso que también nos venía impuesto.Estas dos situaciones podrían explicar hasta qué punto existe un descomunal descuido por parte del sindicalismo confederal en todo el territorio de la organización del trabajo. Las diferentes auditorías descriptivas de la negociación colectiva que ha hecho Miquel Falguera muestran a las claras que la inmensa mayoría de las cláusulas contractuales relativas a la organización del trabajo son burdos copia-y-pega (ahora con ordenador, eso sí) de las muy ancianas Ordenanzas Laborales de aquellos viejos tiempos de la Dictadura franquista. Compruébese si se está exagerando.Lo diré enfáticamente: el sindicalismo, al menos en las primeras décadas del siglo XXI, debe ajustar las cuentas con el paradigma tecnológico realmente existente. Lo que quiere decir que debe intervenir en todo el polinomio de la organización del trabajo. Ahí se mide la independencia y la alternatividad del sujeto social con relación a su contraparte. Medirse en el terreno de la organización del trabajo significaría abordar en la práctica real de la contractualidad el gran problema de la flexibilidad. Precisamente para conseguir que deje de ser una patología y se convierta en instrumento de autonomía personal.Estoy con Bruno Trentin cuando afirma: “El uso flexible de las nuevas tecnologías, el cambio que provocan en las relaciones entre producción y mercado, la frecuencia de la tasa de innovación y el rápido envejecimiento de las tecnologías y las destrezas, la necesidad de compensarlas con la innovación y el conocimiento, la responsabilización del trabajo ejecutante como garante de la calidad de los resultados… harán efectivamente del trabajo (al menos en las actividades más innovadas) el primer factor de competitividad de la empresa. Son unos elementos que confirman el ocaso del concepto mismo de `trabajo abstracto´, sin calidad, --como denunciaba Marx, pero que fue el parámetro del fordismo-- y hacen del trabajo concreto (el trabajo pensado), que es el de la persona que trabaja, el punto de referencia de una nueva división del trabajo y de una nueva organización de la propia empresa. Esta es la tendencia cada vez más influyente que, de alguna manera, unifica dadas las nuevas necesidades de seguridad que reclaman las transformaciones en curso) un mundo del trabajo que está cada vez más desarticulado en sus formas contractuales e incluso en sus culturas; un mundo del trabajo que, cada vez más, vive un proceso de contagio entre los vínculos de un trabajo subordinado y los espacios de libertad de un trabajo con autonomía”[2].Ahora bien, abordar la flexibilidad (que ya no es un instrumento de contingencia sino de muy largo recorrido) quiere decir situar como elemento central de la organización del trabajo el instrumento de la co-determinación de las condiciones de trabajo. Alerto, no estoy hablando del instituto de la cogestión; estoy planteando la codeterminación. Debe entenderse por codeterminación el permanente instrumento negocial de todo el universo de la organización del trabajo que queremos que vaya saliendo gradualmente de la actual lógica taylorista. Es decir, la codeterminación como método de fijación negociada, como punto de encuentro, entre el sujeto social y el empresario, anterior a decisiones "definitivas" en relación, por ejemplo, a la innovación tecnológica, al diseño de los sistemas de organización del trabajo y de las condiciones que se desprenden de ella. Esa actividad permanente (esto es, cotidiana) le ofrece otra dimensión, itinerante, al convenio colectivo. Claro que sí, se está hablando de un nuevo derecho de ciudadanía social en el centro de trabajo, de un imprescindible acompañante de la flexibilidad que, por tanto, es plenamente negociada.Pero hay más, la codeterminación de las condiciones de trabajo (que no implica, por supuesto, confusión de los roles del sujeto social y del dador de trabajo) podría ser el instrumento que abordara globalmente –y no de manera parcializada— las condiciones de trabajo, que hasta la presente dan la impresión de ser abordadas como variables independientes las unas de las otras. Por ejemplo, la necesaria reordenación de los tiempos de trabajo, a través de la codeterminación, podría abordarse de mejor manera, no –como es costumbre inveterada— en tanto que variable desvinculada del resto de las condiciones de trabajo.En definitiva, lo substancial es que la acción colectiva del sindicalismo confederal se incardine gradual y plenamente en el nuevo paradigma posfordista o como quiera llamársele. Lo que, dicho a la pata la llana, expresaría que toda la acción contractual debe tener esa característica: estar insita en el nuevo paradigma de esta época axial. Una manera para ello sería el establecimiento de un compromiso de largo respiro: el pacto social por la innovación tecnológica[3]. Imprescindible, por lo demás, para abordar los desafíos que nos presenta el welfare. ¿Por qué? Porque no es posible entrar de lleno en tan notables materias si no es a través de un nuevo enfoque.Diré que las políticas de welfare tradicionales han entrado en crisis, tal vez definitiva. Primero por los embates que recibe en los gigantescos procesos de innovación-reestructuración. Segundo porque la globalización le provoca enorme desajustes. Tercero porque las bases keynesianas y fordistas que le sustentaron durante tantos años ya no existen. Cuarto porque el aluvión (a veces desordenado) de peticiones que recibe no le permite sostenibilidad. No proceder a darle una nueva dimensión al welfare –esto es, mantener el edificio como si nada hubiera cambiado— hace que los ataques ideologicistas contra el welfare encuentren un caldo de cultivo. Porque, no se olvide, el claro interés del ataque neoliberal no es otro que procurar que los grandes capitales públicos se orienten hacia el bussines privado.En esas condiciones es imprescindible reordenar nuestro Estado de bienestar. Primero, en una dirección que supere el carácter de resarcimiento que le caracteriza para darle una orientación de promoción. Segundo, vinculado –lo que quiere decir situar las compatibilidades de todas sus tutelas y promociones-- al hecho tecnológico. O, dicho con criterios negativos: no se puede mantener un welfare de naturaleza fordista, cuando este sistema ha pasado a mejor vida. Y, en parecida orientación: el mencionado pacto social por la innovación tecnológica podría suponer una hipótesis plausible de más adecuada vinculación con el paradigma medioambiental.

2. La globalización interdependienteEl sindicalismo sigue siendo un sujeto local; sus poderes son locales. Diré entre paréntesis que la existencia de centrales sindicales supranacionales no contradice lo anterior, porque estos instrumentos no tienen poderes globales. Por supuesto, ello no quiere decir que consideremos irrelevante la existencia de la Central Sindical Internacional cuya partida de nacimiento, a nivel simbólico, fue la importante jornada global del 7 octubre pasado por el trabajo digno. Por otra parte, la política local no tiene suficiente poder ni los recursos adecuados para encarar una serie de importantes problemas. Esta situación continuará mientras tanto siga la separación entre la escala (global) de los problemas y el alcance (local) de la acción efectiva. Iniciativas locales pueden mitigar sólo temporalmente el impacto de los problemas producidos a nivel global, aunque lo máximo que pueden hacer es reorientar tales problemas a otros lugares. Sólo agencias políticas y jurídicas locales (todavía inexistentes) pueden domesticar las fuerzas globales, actualmente sin reglas y eliminar las raíces de la inseguridad global[4].En esas condiciones, el (local) sujeto social está, a todas luces, imposibilitado para afrontar los grandes retos de esta civilización axial. Esto es, los grandes procesos de innovación-reestructuración, la relación entre economía y medioambiente, las tutelas del welfare y la permanente mutación de los mercados laborales, las grandes reformas todavía pendientes y el universo de los derechos. Ya no se trata de interferencias sino de nuevos elementos, de una situación radicalmente distinta que no tiene precedentes en la historia del movimiento sindical. De ahí que, mientras se mantenga esta asimetría entre problemas globales y disponer sólamente de poderes locales, el sindicalismo se verá constreñido a una acción tutelar tan limitada como escasamente eficaz. Es más, la ausencia de poderes sindicales trasnacionales (poderes, lo que se dice poderes) está comportando una especie de acción sindical, desordenada como un tropel de movimientos sin relación entre sí y sin ninguna vinculación a un proyecto común. Por ejemplo, en los últimos tiempos hemos asistido a una serie de importantes batallas con relación a las políticas de welfare de diversos países europeos. Pues bien, los italianos iban por un sitio, los franceses por otro y el resto por donde les convenía a cada cual por separado. Sin embargo, el sindicato europeo fue incapaz de establecer una mínima vinculación –esto es, un proyecto previo— que implicara a las diversas cofradías parroquianas. Cada sindicato marchaba en solitario y todos ellos no se sentían partícipes de algo común. De manera que no sólo todo ello ha entrado en crisis definitiva sino que además no conduce a ningún lugar. Es más, tengo la vaga impresión de que está apareciendo una vieja y ya inútil cultura en el sindicalismo, esto es, la renacionalización, tal vez como contagio indirecto de los vaivenes de la política europea. Mala cosa, desde luego.

3. La forma-sindicato Aunque he escrito en numerosas ocasiones acerca del envejecido (y ya plenamente inútil) instrumento del comité de empresa[5], considero que en lo atinente a la representación del sindicato hay cosas más importantes. Por supuesto, reitero mi posición que, desde hace muchos años, es inamistosa hacia el actual modelo dual de representación en nuestro país. Pero vayamos por partes.Para abordar ordenadamente las cosas, creo que es necesario hablar de los siguientes aspectos: 1) los nuevos elementos de democraticidad del sindicalismo, 2) las nuevas tipologías asalariadas que están emergiendo y, 3) el modelo dual de representación realmente existente y sus carencias, y 4) repensar la confederalidad del sindicalismo español. Por supuesto, son temas que se entrelazan los unos con los otros. Es decir, la forma-sindicato no es una expresión administrativa o de noble intendencia del sindicalismo. Es, ante todo y por encima de todo, la manera de cómo entiende el sujeto social la representación, tutela y promoción de todas las diversidades del conjunto asalariado: desde aquellas que están en constante emergencia hasta las que van quedando, con perdón, como los últimos mohicanos. De ahí que me parezca chocante que, a estas alturas y dados los vertiginosos cambios operados en los últimos treinta años, mis cofrades mantengan las formas de representación, tanto en el centro de trabajo como en sus alrededores, de mis años mozos. Lo que, por si faltase poco, provoca un déficit de participación colectiva.Mi reflexión apuntaría, desde luego, a proponer nuevos elementos de acumulación democrática y participativa en el sindicalismo con la siguiente orientación y sentido: poner las bases de un sindicalismo de los trabajadores que vaya abandonando gradualmente su carácter de sindicalismo para los trabajadores. Así pues, la forma-sindicato parece tener dos objetivos: representar más adecuadamente al conjunto asalariado y aprehender de los trabajadores sus saberes –su general intellect, en la acepción marxiana— a la vez que concita una red difusa de hechos participativos. Por ejemplo, tengo para mí que el sindicalismo debe proponerse dos grandes conceptos: los límites de los poderes de sus respectivas estructuras y lo que he dado en llamar la “soberanía sindical”[6]. Aclaro estas dos cuestiones.Da la impresión que los dirigentes sindicales siguen a pies juntillas la máxima jurídica de “a maiori ad minus”, quien puede al más, puede al menos. Un concepto que, por ejemplo, se ha elevado a dogmática en la confrontación entre la casa granconfederal y Comisiones Obreras de Catalunya en el debate precongresual. Pero que, en realidad, podría decirse que es el pan nuestro de cada día en las relaciones entre todos los centros y todas las periferias sindicales. Se trata de una idea descabellada que se mantiene porque todos los centros --¿habrá que recordar que también todas las periferias son, a la vez, centro de sus propias periferias?— tienen una lógica natural a la extralimitación de sus poderes. Pero también porque nadie ha querido fijar los límites, basados en sus propias competencias y responsabilidades, de lo que pueden hacer y lo que no pueden hacer. En concreto, por la inexistencia de un adecuado pacto confederal. Me interesa dejar meridianamente claro, si es que soy capaz de ello, que no estoy hablando de cosas administrativas o de la muy noble y necesaria intendencia del sindicato. Aludo muy directamente a cuestiones atinentes a algo tan serio como la negociación colectiva.Por ejemplo: ¿Puede el sindicalismo, en nombre del monopolio de su poder contractual (que, no se olvide, le viene dado por la ley) imponer unas determinadas pautas negociales, incluso en nombre de la mayoría, que no tengan en cuenta o --peor aún, violen— los derechos de las minorías? Desde luego que no, a mi modo de ver las cosas. Las estructuras y las mayorías no tienen un poder ilimitado sino, en determinados momentos, compartido con toda una serie de las subjetividades que están presentes dentro y fuera de los centros de trabajo. De ahí que debería empezarse por establecer una convención estatutaria que estipule qué debe decidirse en cada ámbito, acompañado por sus límites y compatibilidades. O, si se prefiere, en las palabras mucho más sabias del maestro Luigi Ferrajoli: “lo indecidible para cualquier mayoría o bien por qué ciertas cosas no pueden ser decididas, y por qué otras no pueden no ser decididas”[7]. En caso contrario, la capacidad de representación, tutela y promoción del sindicalismo confederal iría en dirección opuesta a lo retóricamente declarado en la literatura congresual de ser el “sindicalismo de las diversidades”. Seguiría siendo el sujeto social de la uniformización fordista. En realidad estoy intentando establecer una analogía con la “soberanía popular”.La segunda cuestión es, orientada a una mayor acumulación democrática, es lo que llamaría “soberanía sindical”. (Se trata de un término confuso porque no soy capaz de dar con la tecla adecuada). En realidad estoy intentando establecer una analogía con la “soberanía popular”. Que, en el sindicato es más necesaria, si cabe, porque –como se ha recordado anteriormente-- el sujeto social detenta por ley el monopolio del poder contractual. No se trata, afirmo para despejar cualquier brote de ictericia, de que toda decisión tenga que ser sometida a referéndum. Pero sí se trata de estipular qué decisiones pueden ser motivo de una consulta debidamente reglada. Por ejemplo, los convenios colectivos. Donde, como se ha dicho más arriba, hay que reglar lo que es decidible y por quién y aquello que no lo es.

4. El sindicalismo confederal, sujeto extrovertido.Ninguno de los grandes desafíos que tiene el mundo del trabajo heterodirecto pueden solucionarse desde la propia fortaleza sindical. De ahí la necesidad de que el sujeto social se relacione con el mundo de los saberes y conocimientos de las humanidades, la ciencia y la técnica. De la obligación de establecer puentes de diálogo con esas disciplinas académicas. Y, desde ese foro permanente, diseñar su propio proyecto organizado.Lo que no es posible es que, por ejemplo, no exista un diálogo fuerte con los iuslaboralistas. Ese estar de espaldas no tiene nombre. Y sin embargo, salvo muy raras excepciones, apenas si existen los necesarios contactos, al margen del aprovechamiento de los abogados laboralistas para la tutela de la acción colectiva. No es criticable este aprovechamiento `instrumental´, lo censurable es la ausencia de relaciones para el conjunto de los objetivos comunes. Y tres cuartos de lo mismo podemos decir con relación al mundo de la sociología, la ingeniería y otras islas adyacentes.

5. Consideraciones finales¿Está en condiciones el sindicalismo confederal de salir gradualmente de estas enormes asimetrías? La pelota, desde luego, está en su tejado. Y, en lo que atañe a su labor, habrá que recordar la famosa máxima divittoriana. Es conocido que, tras la derrota de la CGIL en Fiat a mediados de los cincuenta, todos los sindicalistas achacaban dicho desastre a las prácticas represivas de la dirección de la empresa o a la `traición´ de los otros sindicatos. Giuseppe Di Vittorio respondió tajante: “Vale, pero aunque así fuera, tendríamos que analizar cuáles son nuestras responsabilidades en esa derrota, aunque sólo tengamos un uno por ciento”. Mi respuesta a las posibilidades de salir de las asimetrías es cauta. Pero añado: el sindicalismo está en mejores condiciones que nunca para enhebrar un proyecto para salir de esta situación. El sindicalismo ya no es la prótesis de ningún partido, ni tampoco está al servicio de las contingencias del conflicto político. Se diría que ha conquistado su condición de sujeto político autónomo y, en esta situación nueva, las únicas limitaciones que tienen son sus saberes y sus todavía viejas prácticas. Pero, con unos y otras, puede avanzar porque ya no es subalterno de Papá-partido y de sus intereses nobles o espurios. Dicho con no menos claridad: por primera vez en su historia, el sindicalismo puede hacer las cosas no siendo un sujeto subalterno. Cierto, es una condición necesaria, aunque no suficiente. Pero ya es un paso.Por lo demás, desde esa condición independiente y autónoma está en mejores condiciones, además, para dialogar extrovertidamente con todos los sujetos (incluidos los partidos políticos), con el mundo del iuslaboralismo, con la intelligentzia toda para encarar los potentes desafíos. Que no han hecho más que insinuarse.

[1] MIQUEL FALGUERA: las dobles escalas salariales en http://theparapanda.blogspot.com/2008/05/miquel-falguera-las-dobles-escalas.htmlMiquel Falguera MUJER Y TRABAJO: Entre la precariedad y la desigualdad en http://theparapanda.blogspot.com/2008/05/mujer-y-trabajo-entre-la-precariedad-y.htmlMIQUEL FALGUERA: Carta abierta a los sindicatos en http://theparapanda.blogspot.com/2008/01/miquel-falguera-carta-abierta-los.html
[2] TRENTIN, DOCTOR HONORIS CAUSA EN LA UNIVERSIDAD DE VENECIA “Lavoro e conoscenza” en http://baticola.blogspot.com/2006/07/trentin-doctor-honoris-causa-en-la.html
[3] José Luis López Bulla en http://theparapanda.blogspot.com/2008/03/el-pacto-social-por-la-innovacion.html
[4] Zigmunt Bauman en http://lopezbulla.blogspot.com/2008/06/zygmunt-bauman-en-metiendo-bulla_30.html « Nativos contra migrantes »
[5] ¿TIENEN SENTIDO YA LOS COMITES DE EMPRESA?. Mano a mano Antonio Baylos y José Luis López Bulla enhttp://lopezbulla.blogspot.com/2006/06/tienen-sentido-ya-los-comites-de.html[6] http://lopezbulla.blogspot.com/2007/12/texto-definitivo-sobre-la-soberania.html[7] Luigi Ferrajoli “Democracia y galantismo” páginas 30 y 31 (Trotta, 2008)

Ponencia que presenta José Luis López Bulla a las jornadas "El Derecho al Trabajo en el siglo XXI"
Jornadas "El Derecho al Trabajo en el siglo XXI"

1.1.09

De Política y Sociedad


Escritos de Política.

Anael le preguntó a su maestro por el secreto del gobierno, por las razones y los medios que llevan a unos hombres y mujeres a ocupar los espacios en los que se toman las decisiones públicas, en los que se decide sobre los intereses de otros, en los que se imponen conductas o prohibiciones, se fomentan comportamientos, se reconocen o deniegan derechos, y se aquilatan los valores por los que se rige la sociedad.

Su maestro, después de una breve sonrisa, afirmó categóricamente que en el intento de responder a esa pregunta se han ido los esfuerzos de media humanidad, sin que en la mayoría de los casos se hubieran percatado de ello. Encontrar el secreto de la cosa pública, analizar su estructura y formación, las leyes que la rigen, y las posibilidades de intervenir en su desarrollo ha consumido los esfuerzos de quienes han entendido que su misión no se agotaba en un proyecto personal ni familiar, sino que aspiraban a conformar una sociedad mejor, según su particular entendimiento de la misma.

Y como en tantas otras materias, o ha habido una desatención a esta cuestión, o por el contrario, se han perdido en la historia de las ideas el esfuerzo imposible de intentar reconducir a categorías generales una materia llena de casuismo y apegada a cada contexto social y político. Según el convencionalismo social, la respuesta a la pregunta estaría encomendada a los ideólogos, a los constructores de pensamiento explicativo, que casi siempre sin excepción, no sólo te dirán cual es el secreto del poder, sino que además propondrán la mejor fórmula para ejercerlo, como si al mismo tiempo que descubren una nueva enfermedad, viniera de la mano el ungüento que la sana, acaparando el descubridor de la ponzoña los méritos que resultan del remedio.

Toda sociedad está regida por decisiones, pero de muy variada naturaleza y procedencia. Unas totalmente coyunturales y otras que afectan a todos los espacios de poder y a las formas de convivencia. Unas son el fruto consciente de un proyecto de gobierno, y otras el resultado de los acontecimientos. Unas traes su causa de la intervención de los gobernantes y otras acarreadas por el devenir de la historia y casi al margen de su capacidad de acción. Las decisiones de una sociedad, en el margen que toca a los que tienen capacidad de influir en su resultado, no sólo corresponden a los sujetos que ocupan los espacios del poder público, pero tampoco es cierto que éstos sean meros comparsas de otros poderes económicos y sociales.

El poder económico y el poder social en muy pocas ocasiones son poderes reflexivos, sino simplemente poderes autodefensivos, resultado de las leyes de la naturaleza que han consumido las opciones económicas y los modelos sociales incapaces de sobreponerse al empuje de las nuevas tendencias. Precisamente su capacidad en perpetuarse es el resultado de las estrategias que se han dotado para que el poder político no suponga un obstáculo a su desarrollo, cuando no su principal aliado.

Eso que preguntas, Anael, concluyó el maestro, es el centro de las ideologías y hasta de muchas creencias, de las aspiraciones de muchos y el fundamento de nuestra sociedad. No esperes una respuesta fácil.